En las montañas del centro del Departamento del Cauca en Colombia, el cultivo de café impulsa la economía familiar. Agricultores como Elias Tunubala revitalizan sus comunidades con prácticas sostenibles, creando un impacto positivo que va más allá de la recolección del grano.
El café colombiano es famoso en todo el mundo por su sabor y calidad, pero detrás de cada taza hay una historia de esfuerzo y superación. En los departamentos del suroccidente colombiano, como Cauca, Valle del Cauca y Nariño, cientos de familias dependen del cultivo del café para su sustento.
Apesar de sus grandes esfuerzos por cosechar productos de calidad, las ganancias económicas para estas familias suelen variar dependiendo de la demanda cafetera en la región y el país.
Aseguran que el café es el nuevo modelo económico para poder subsistir, ya que en la región los cultivos de uso ilícito como la siembra de hoja de coca están en crisis y con precios cada día más decadentes. Aseguran que por cuestiones de respeto a la organización indígena y sus principios, nunca han optado por trabajar con economías lícitas.
Pero mantener este oficio de la agricultura cafetera es complejo. La Federación Nacional Colombiana de Cafeteros (FNC) compra todos los cafés que le ofrecen a una tasa diaria basada en el precio-C. Es en dólares americanos; cuando ésta cae, se afectan considerablemente las rentas económicas de los pequeños agricultores.
La incertidumbre sobre la variación de precios hace que sea compleja la inversión en infraestructura y modelos de industrialización para mejorar la calidad del café.
Los labriegos han adoptado prácticas agrícolas que protegen el medio ambiente y garantizan la calidad del producto orgánico, aunque eso les cueste la reducción considerable de su cosecha.
La conservación de recursos naturales y la reducción de la huella de carbono son solo algunas de las iniciativas que están llevando a cabo. Dicen trabajar de forma mancomunada para adquirir recursos y capacitarse en técnicas avanzadas del agro para la producción de café.
Cuando se le pregunta por lo fundamental de tener la tierra para cultivar, Elias responde: “Siempre le he dicho a mis hijos que no le trabajen a otro; aquí está su herencia y es la tierra y el trabajo que hasta ahora hemos coseguido”.
El futuro del café en Colombia quizá siga siendo prometedor para varios grandes agricultores, socios y directivos de la federación colombiana de cafeteros, pero para pequeños agricultores como Elias Tunubala y otros comuneros indígenas, quizá todavía el panorama no esté tan claro en aspectos de garantías económicas, acceso a formación y tecnificación del producto final.
Estos pequeños agricultores, entre las diferentes desventajas de un mercado inequitativo, siguen apostando a las economías licitas en una región azotada por la violencia y tienen propuestas comunitarias, las cuales están estructurando para llevarlas a los gabinetes del ministerio de agricultura, agencia rural de desarrollo y la agencia nacional de tierras.